La Máscara del Árbol

        

Despierta!!!!

     El silencio invadía el bosque, cualquier movimiento crujía en el eco, la noche fría escarchaba mi cuerpo.
         En el Alba, una especie de sueño me atrapa, tengo alrededor cinco indígenas disfrazados con colores pintados en su cuerpo, blancos y rojos, haciendo espirales y a su alrededor infinitos puntos que se difuminan en sus tonos de piel.
         Descalzos y en sus tobillos llevaban una especie de pulsera fabricadas de raíces de árboles y arbustos, al igual que en sus muñecas. De sus cuellos colgaban collares, hechos de huesos de animales, plumas, semillas y una especie de medallón machacado con un signo cada uno, que no se pude descifrar. En sus manos agarraban lanzas y astas decoradas con hojas secas.
         Sus caras tapadas con máscaras, basadas en tonos tierras y verdes y algún que otro color para darle vida a esos cinco indígenas árboles, digo árboles, porque parecían haber salido de un árbol mágico.
         Debía de haber sentido miedo, al menos haber estado asustada, pero no fue así, por el contrario, me sentía tranquila y para mí aquella situación era totalmente desafiante. Al levantar mi cuerpo de la tierra dieron un paso atrás y mediante danzas y rodeos, se iban moviendo a la misma vez que me movían a mí, así hasta llegar a su tribu. Me dejaron con las mujeres de la tribu, metida en una de sus cuevas y ellas entre risas y agrados me fueron desnudando y pintando mi cuerpo incorporando cantos y sonidos de tambores, timbales y bongos. Una vez adornada me escoltaron los hombres de la tribu, hasta debajo de una especie de árbol grande, robusto y a la misma vez hermoso y sagrado.
         Volvió el silencio, y allí me encontré sola frente a ese árbol, que parecía atraparme con sus ramas, sintiendo que tocaban mi cuerpo. Cuando aprecié sus raíces entre mis pies descalzos, miré hacía ellas y una máscara apareció entre mis pies. La máscara estaba divida en siete colores (rojo ingles, chocolate, ocre, verde oliva, verde oscuro, cian y bronce) y las pinturas que aparecía, además de llevar esos siete colores, deslumbraban dos colores más (blanco y azul marino).
         Mis manos imantó la máscara sintiendo el volumen de ésta y lo liviano, lo cual sentía en mí interior. Me quedé observándola fijamente en cada dibujo que reposaba delicadamente. El deseo de colocarme la máscara era inmenso y justo antes de colocármela, en el horizonte ví al guía de los aborígenes gritando de alegría y alzando su lanza y su asta al cielo, con su cara al descubierto y su máscara en la mano, en cuestión de segundos todos estaban detrás de él y justo cuando me coloqué la máscara, en un abrir y cerrar de ojos, me desperté, debajo del árbol sagrado y observando el final del Alba, sujetando en mis manos la maravillosa y mágica máscara.
                                                                                       Miranda

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